Capítulo
1
Lucent se levantó aquella mañana con el ánimo por los suelos,
estaba harto de hacer todo mal. Se sentó en el borde de la cama y agarró su
brazo derecho por la muñeca. Tensó y relajó varias veces el brazo intentando
entender que problema había con su sangre ¿En que era diferente? ¿Por qué su
sangre le obligaba a cometer aquellos errores? Era como si obligara a hacer
daño a todos los que le rodeaban.
Apenas había salido el sol en el dia de su décimo cumpleaños y
ya tenía ganas de que el día terminase para encerrarse en su cuarto donde no
haría daño a nadie y donde nadie le vería tampoco.
Decidió que ese día no haría absolutamente nada, solo quizás
hablar y mirar a los que si trabajan. Lucent salió de su cuarto y fue a la
cocina para coger algo de comer antes de que sus padres despertasen, y salir de
casa sin ser visto. La cocina era bastante pequeña, tan solo tenía una mesa, un
par de sillas, un armario para los alimentos y una zona donde solían hacer una
hoguera para cocinar la comida, o en el caso de Lucent, quemarla. Silenciosamente,
cogió un pedazo de pan, una manzana y salió de casa.
Aún no había nadie más afuera, lo cual quería decir que no perjudicaría
a nadie. Echó un vistazo a su alrededor en busca de un buen lugar donde
desayunar y se decantó por una pequeña y baja colina desde la que se veía la
mayor parte del pueblo, o al menos, la zona donde se trabajaba. Al otro lado de
la colina se extendía un bosque no demasiado grande, pero las copas de los
árboles formaban una espesa capa de ramas y hojas que impedía que la luz
llegase más allá de los lindes del bosque. No inspiraba ganas de adentrarse en
él, pero…al mismo tiempo, despertaba la curiosidad de aquellos que se
encontraban cerca de la edad a la que debían de abandonar el pueblo. Todas las
máscaras tenían una pequeña abertura en la boca para poder comer sin necesidad
de quitársela.
Empezó a comer mientras el sol se alzaba lentamente iluminando
los tejados y a las gentes que comenzaban a salir de sus hogares. La sombra de
Lucent se recortaba en el horizonte proyectándose sobre el pueblo. Sus vecinos
al verla le miraban un instante y luego le daban la espalda como si
pretendiesen que el ignorarle, le hiciese desaparecer.
De nuevo aquella pregunta surcaba su mente ¿En que era
diferente?
Se sentía solo en un lugar lleno de gente, era como si aquel no
fuera su hogar, quería a las gentes que allí vivían aunque él mismo parecía
impedirse ser feliz o llegar, al menos, a ser normal.
-¿Acaso ser normal es bueno? –dijo una voz en su mente.
Lucent la ignoró pensando que era algo que había pensado
inconscientemente. Pero…la pregunta seguía ahí, repitiéndose, y cada vez más
fuerte. Además, creía poder asegurar que aquella voz de su mente no era la suya
propia.
-¿Ser normal es bueno? ¿O simplemente quieres ser igual a todo
el mundo? Como una simple copia de
ellos. Otro más esperando tan solo el momento de salir, para conocer el mundo y
en caso de sobrevivir, volver de nuevo para morir aquí. –dijo la voz –Eres bastante
patético Lucent.
Estaba claro que aquella no era su voz, pero entonces… ¿De quién
era? Inmediatamente buscó a su alrededor, da lo mejor era alguna especie de
broma…de muy mal gusto por cierto.
-Deja de buscar, estás haciendo que aquellos que nos observan
piensen que estás loco. –La voz parecía impaciente. Piensa con la cabeza, sabes
de sobra quien te habla, deja de comportarte como un ratón asustado.
Lucent miró al pueblo y vio varias personas que le miraban y
señalaban. ¿Había hablado la voz que oía en su mente? ¿La habrían oído ellos? Eso era ridículo, aquella voz, tan sólo
estaba en su mente.
-Sigue pensando eso y las desgracias no dejarán de ocurrir. –la
voz ahora parecía como si estuviera aburrida de hablarle –Pronto nos
presentaremos, hasta entonces…intenta averiguar tú mi identidad, y quien eres tú,
además de un negado para todo.
Lucent decidió bajar de la colina pero en lugar de ir hacia el
pueblo, descendió por el otro lado, estaba demasiado avergonzado en aquel
momento, y harto de que todos le odiasen, o al menos de que relacionaran todas
las desgracias con él. No era la primera vez que pasaba algo y le echaban la
culpa, si se decía que algo era culpa suya, nadie lo dudaba.
Estaba junto al linde del bosque. Pensó que no había mejor
lugar para esperar al anochecer, allí nadie le buscaría ni le echaría la culpa
de nada.
-Bien, has pasado de ser un loco que habla solo y escucha
voces, a ser una rata que huye y se esconde por vergüenza. No sé si reír por lo
patético que eres, o llorar por lo penoso de la situación.
-¿Quién eres? ¿Dónde estás? –dijo Lucent asustado.
-Al fin hablas, bueno, tampoco tardaste tanto –dijo la voz
-¿Quién soy? Averígualo tú. ¿Dónde estoy? Aquí mismo.
-Eres una alucinación, seguro. Yo no veo a nadie más aquí.
-¿A quién ves?
-¿A mí mismo? –pregunto dudando Lucent.
-¡Premio! –respondió alegremente la voz antes de un largo
suspiro –Te ha costado lo tuyo, eh.
-No entiendo nada –dijo Lucent llevándose las manos a la
cabeza.
Entonces su brazo derecho se levantó y su puño golpeó rápidamente
un árbol cercano hiriéndole uno de los nudillos. Un par de gotas de sangre
salieron de la pequeña herida, y se quedaron junto a ella.
De pronto salió suavemente un hilillo de sangre que rodeó su
nudillo. La sangre dejó de salir y la que ya estaba fuera se elevó lentamente
formando una pequeña figura que apenas media medio palmo de alto. Parecía un
diminuto hombre hecho de sangre. El hombrecillo carmesí comenzó a caminar sobre
el dorso de su mano.
-Al fin nos vemos –dijo el hombrecillo con la misma voz que
había resonado en su mente –no había podido salir hasta ahora porque siempre
había alguien presente, pero ahora estamos solos.
-¿Quién eres tú? –preguntó Lucent, ahora aterrado.
-Idiota, pensé que al fin una de tus neuronas funcionaba. Yo
soy parte de ti, soy, por decirlo de alguna forma, un espíritu de sangre. Antes
formaba parte de un cuerpo, alma…pero morí y solo mi sangre permaneció. Aunque
supongo que terminó secándose o evaporándose o algo así, y no sé cómo, acabé en
tu cuerpo. –El espíritu resopló molesto –Que más da. Ahora tengo un control
casi absoluto de tu cuerpo, es como estar vivo de nuevo. Lo malo, para ti, es
que no puedo abandonar tu cuerpo. Lo bueno, para mí, es que a partir de ahora,
haremos las cosas a mi manera o te obligare a ello.
-Has conseguido hacer que cometa muchos errores, pero ahora que
sé que es tu culpa, no dejaré que me domines para cumplir tu voluntad. –Vio cómo
su brazo izquierdo se levantaba y le daba un puñetazo en el estómago.
-Cuando digo que tengo el control casi absoluto sobre ti, es
absoluto. Pero tranquilo, no morirás, no me conviene, si así fuera, tendría que
buscar a otro y empezar de cero. Demasiado trabajo –resopló moviendo
ligeramente la cabeza hacia abajo –Así que tu obedece y quizás, solo quizás, te
dejaré hacer una o dos cosas bien. Aunque solo si me conviene, claro.
-¿Qué es lo que pretendes provocando todos estos desastres? –le
preguntó Lucent.
-Pronto lo sabrás, creo que la paciencia del pueblo está casi
agotada. Me pregunto qué harán. Creo que intentaré recordar mientras, los
lugares que tendremos que visitar.
-¿Tendremos que visitar? ¿De qué hablas? –el espíritu sanguíneo
se licuó de nuevo y entró en la herida, la cual dejo de sangrar inmediatamente,
-Maldito monstruo.
-¡Oh! Eso ha resultado ofensivo –dijo la voz del espíritu dentro
de su mente, tras lo cual, su brazo izquierdo le dio otro puñetazo en el
estómago. –Recuerda quien tiene el control. Lógicamente tampoco te permitiré
hablar de esto con nadie. Y ahora recoge unas cuantas ramas, dirás que fuiste
en busca de madera al bosque.
Lucent se puso en pie de nuevo y comenzó a recoger y arrancar
ramas de árboles, por los lindes del bosque sin internarse en él. Estaba
prohibido entrar solo debido a los animales salvajes que allí moraban.
Cuando tuvo toda la leña que podía cargar se encaminó de vuelta
al pueblo. Al llegar, dos o tres vecinos le preguntaron de dónde venía pero
siempre respondía lo mismo, que había ido a recoger leña. Ya había dos jóvenes encendiendo
una hoguera para cocinar el desayuno del jefe. Lucent se acercó a ellos con la
leña pero antes de llegar tropezó con su propio pie y cayó sobre uno de ellos
haciendo que la cabeza de este se precipitara hacia el fuego recién encendido.
-Lo siento –dijo retrocediendo Lucent.
-Estúpido, largo de aquí. No sabes más que estorbar.
Lucent, se alejó hacia su casa, lentamente cabizbajo, y sintiéndose
un bueno para nada.