domingo, 25 de octubre de 2015

Capitulo 1

Capítulo 1

Lucent se levantó aquella mañana con el ánimo por los suelos, estaba harto de hacer todo mal. Se sentó en el borde de la cama y agarró su brazo derecho por la muñeca. Tensó y relajó varias veces el brazo intentando entender que problema había con su sangre ¿En que era diferente? ¿Por qué su sangre le obligaba a cometer aquellos errores? Era como si obligara a hacer daño a todos los que le rodeaban.
Apenas había salido el sol en el dia de su décimo cumpleaños y ya tenía ganas de que el día terminase para encerrarse en su cuarto donde no haría daño a nadie y donde nadie le vería tampoco.
Decidió que ese día no haría absolutamente nada, solo quizás hablar y mirar a los que si trabajan. Lucent salió de su cuarto y fue a la cocina para coger algo de comer antes de que sus padres despertasen, y salir de casa sin ser visto. La cocina era bastante pequeña, tan solo tenía una mesa, un par de sillas, un armario para los alimentos y una zona donde solían hacer una hoguera para cocinar la comida, o en el caso de Lucent, quemarla. Silenciosamente, cogió un pedazo de pan, una manzana y salió de casa.
Aún no había nadie más afuera, lo cual quería decir que no perjudicaría a nadie. Echó un vistazo a su alrededor en busca de un buen lugar donde desayunar y se decantó por una pequeña y baja colina desde la que se veía la mayor parte del pueblo, o al menos, la zona donde se trabajaba. Al otro lado de la colina se extendía un bosque no demasiado grande, pero las copas de los árboles formaban una espesa capa de ramas y hojas que impedía que la luz llegase más allá de los lindes del bosque. No inspiraba ganas de adentrarse en él, pero…al mismo tiempo, despertaba la curiosidad de aquellos que se encontraban cerca de la edad a la que debían de abandonar el pueblo. Todas las máscaras tenían una pequeña abertura en la boca para poder comer sin necesidad de quitársela.
Empezó a comer mientras el sol se alzaba lentamente iluminando los tejados y a las gentes que comenzaban a salir de sus hogares. La sombra de Lucent se recortaba en el horizonte proyectándose sobre el pueblo. Sus vecinos al verla le miraban un instante y luego le daban la espalda como si pretendiesen que el ignorarle, le hiciese desaparecer.
De nuevo aquella pregunta surcaba su mente ¿En que era diferente?
Se sentía solo en un lugar lleno de gente, era como si aquel no fuera su hogar, quería a las gentes que allí vivían aunque él mismo parecía impedirse ser feliz o llegar, al menos, a ser normal.
-¿Acaso ser normal es bueno? –dijo una voz en su mente.
Lucent la ignoró pensando que era algo que había pensado inconscientemente. Pero…la pregunta seguía ahí, repitiéndose, y cada vez más fuerte. Además, creía poder asegurar que aquella voz de su mente no era la suya propia.
-¿Ser normal es bueno? ¿O simplemente quieres ser igual a todo el mundo?  Como una simple copia de ellos. Otro más esperando tan solo el momento de salir, para conocer el mundo y en caso de sobrevivir, volver de nuevo para morir aquí. –dijo la voz –Eres bastante patético Lucent.
Estaba claro que aquella no era su voz, pero entonces… ¿De quién era? Inmediatamente buscó a su alrededor, da lo mejor era alguna especie de broma…de muy mal gusto por cierto.
-Deja de buscar, estás haciendo que aquellos que nos observan piensen que estás loco. –La voz parecía impaciente. Piensa con la cabeza, sabes de sobra quien te habla, deja de comportarte como un ratón asustado.
Lucent miró al pueblo y vio varias personas que le miraban y señalaban. ¿Había hablado la voz que oía en su mente? ¿La habrían oído ellos?  Eso era ridículo, aquella voz, tan sólo estaba en su mente.
-Sigue pensando eso y las desgracias no dejarán de ocurrir. –la voz ahora parecía como si estuviera aburrida de hablarle –Pronto nos presentaremos, hasta entonces…intenta averiguar tú mi identidad, y quien eres tú, además de un negado para todo.
Lucent decidió bajar de la colina pero en lugar de ir hacia el pueblo, descendió por el otro lado, estaba demasiado avergonzado en aquel momento, y harto de que todos le odiasen, o al menos de que relacionaran todas las desgracias con él. No era la primera vez que pasaba algo y le echaban la culpa, si se decía que algo era culpa suya, nadie lo dudaba.
Estaba junto al linde del bosque. Pensó que no había mejor lugar para esperar al anochecer, allí nadie le buscaría ni le echaría la culpa de nada.
-Bien, has pasado de ser un loco que habla solo y escucha voces, a ser una rata que huye y se esconde por vergüenza. No sé si reír por lo patético que eres, o llorar por lo penoso de la situación.
-¿Quién eres? ¿Dónde estás? –dijo Lucent asustado.
-Al fin hablas, bueno, tampoco tardaste tanto –dijo la voz -¿Quién soy? Averígualo tú. ¿Dónde estoy? Aquí mismo.
-Eres una alucinación, seguro. Yo no veo a nadie más aquí.
-¿A quién ves?
-¿A mí mismo? –pregunto dudando Lucent.
-¡Premio! –respondió alegremente la voz antes de un largo suspiro –Te ha costado lo tuyo, eh.
-No entiendo nada –dijo Lucent llevándose las manos a la cabeza.
Entonces su brazo derecho se levantó y su puño golpeó rápidamente un árbol cercano hiriéndole uno de los nudillos. Un par de gotas de sangre salieron de la pequeña herida, y se quedaron junto a ella.
De pronto salió suavemente un hilillo de sangre que rodeó su nudillo. La sangre dejó de salir y la que ya estaba fuera se elevó lentamente formando una pequeña figura que apenas media medio palmo de alto. Parecía un diminuto hombre hecho de sangre. El hombrecillo carmesí comenzó a caminar sobre el dorso de su mano.
-Al fin nos vemos –dijo el hombrecillo con la misma voz que había resonado en su mente –no había podido salir hasta ahora porque siempre había alguien presente, pero ahora estamos solos.
-¿Quién eres tú? –preguntó Lucent, ahora aterrado.
-Idiota, pensé que al fin una de tus neuronas funcionaba. Yo soy parte de ti, soy, por decirlo de alguna forma, un espíritu de sangre. Antes formaba parte de un cuerpo, alma…pero morí y solo mi sangre permaneció. Aunque supongo que terminó secándose o evaporándose o algo así, y no sé cómo, acabé en tu cuerpo. –El espíritu resopló molesto –Que más da. Ahora tengo un control casi absoluto de tu cuerpo, es como estar vivo de nuevo. Lo malo, para ti, es que no puedo abandonar tu cuerpo. Lo bueno, para mí, es que a partir de ahora, haremos las cosas a mi manera o te obligare a ello.
-Has conseguido hacer que cometa muchos errores, pero ahora que sé que es tu culpa, no dejaré que me domines para cumplir tu voluntad. –Vio cómo su brazo izquierdo se levantaba y le daba un puñetazo en el estómago.
-Cuando digo que tengo el control casi absoluto sobre ti, es absoluto. Pero tranquilo, no morirás, no me conviene, si así fuera, tendría que buscar a otro y empezar de cero. Demasiado trabajo –resopló moviendo ligeramente la cabeza hacia abajo –Así que tu obedece y quizás, solo quizás, te dejaré hacer una o dos cosas bien. Aunque solo si me conviene, claro.
-¿Qué es lo que pretendes provocando todos estos desastres? –le preguntó Lucent.
-Pronto lo sabrás, creo que la paciencia del pueblo está casi agotada. Me pregunto qué harán. Creo que intentaré recordar mientras, los lugares que tendremos que visitar.
-¿Tendremos que visitar? ¿De qué hablas? –el espíritu sanguíneo se licuó de nuevo y entró en la herida, la cual dejo de sangrar inmediatamente, -Maldito monstruo.
-¡Oh! Eso ha resultado ofensivo –dijo la voz del espíritu dentro de su mente, tras lo cual, su brazo izquierdo le dio otro puñetazo en el estómago. –Recuerda quien tiene el control. Lógicamente tampoco te permitiré hablar de esto con nadie. Y ahora recoge unas cuantas ramas, dirás que fuiste en busca de madera al bosque.
Lucent se puso en pie de nuevo y comenzó a recoger y arrancar ramas de árboles, por los lindes del bosque sin internarse en él. Estaba prohibido entrar solo debido a los animales salvajes que allí moraban.
Cuando tuvo toda la leña que podía cargar se encaminó de vuelta al pueblo. Al llegar, dos o tres vecinos le preguntaron de dónde venía pero siempre respondía lo mismo, que había ido a recoger leña. Ya había dos jóvenes encendiendo una hoguera para cocinar el desayuno del jefe. Lucent se acercó a ellos con la leña pero antes de llegar tropezó con su propio pie y cayó sobre uno de ellos haciendo que la cabeza de este se precipitara hacia el fuego recién encendido.
-Lo siento –dijo retrocediendo Lucent.
-Estúpido, largo de aquí. No sabes más que estorbar.

Lucent, se alejó hacia su casa, lentamente cabizbajo, y sintiéndose un bueno para nada.

viernes, 15 de mayo de 2015

Prólogo

Aún siento el metálico y extraño sabor en los labios,  aquella calidez bajando por mi garganta, pero también el terror en aquella situación. Todo lo relativo a aquel lapso de apenas treinta segundos está borroso, pero quizás debería de empezar por presentarme y explicar cómo llegué a estar rodeado de cadáveres y empapado completamente de sangre.

Mi nombre es Lucent, y soy un asesino involuntario, bueno creo que mejor empiezo aún antes, quizás por cuando todo iba bien, antes de quedarme solo.

El pueblo donde nací, estaba rodeado de montañas y por lo tanto algo oculto. Éramos pocos habitantes, lo cual hacía imposible que en menos de una semana no te conociera todo el mundo. Había apenas una docena de niños, el resto eran ancianos, mujeres y lisiados. Los hombres abandonaban el pueblo en búsqueda de fortuna, al llegar a la mayoría de edad, solían enviar parte de lo que conseguían para el pueblo y su familia, al sufrir heridas graves, como perder algún miembro,  o al volverse demasiado ancianos como para recorrer el mundo, regresaban a su hogar, y ocupaban el resto de sus días entrenando a los jóvenes o trabajando en las tierras del pueblo.
Cuando naces, el jefe del pueblo y su ayudante te visitan el mismo día, y cada seis meses hasta los dos años y luego una vez cada seis meses hasta los cuatro años, para ver tu crecimiento y donde colocarte. En mi caso crecí poco y delgado, tez pálida, cabello oscuro al igual que mis padres, mis ojos por el contrario eran bien diferentes, mis pupilas eran de un rojo oscuro, como apagado. El resto de mi cara no la  describiré, puesto que ni la he visto ni es necesario. En nuestro pueblo tenemos la tradición de usar siempre y en todo momento unas mascaras, bien, supongo que será algo confuso ¿no?

De acuerdo, me explico.

Siempre usamos mascaras con rostros de animales, y como siempre que se cambian es a oscuras ni uno mismo conoce su propio rostro, las mascaras depende de la edad: hasta los cuatro años mascara de conejo, de los cuatro a los doce de lechuza, desde los doce hasta que uno vuelve al pueblo de águila. Por otro lado las mujeres que no abandonan el pueblo, como las que son madres usan una de gato; los guerreros que defienden el pueblo usan una de lobo y el alcalde usa una de dragón. Además, a cada máscara se le tallaba en runas el nombre de la persona que la llevaba, para reconocerse dentro del mismo grupo.

Hablando un poco de mí, diré que yo había poco por lo que seguía siendo delgado y bastante bajo. Todos los días iba a aprender de los maestros del pueblo, pero…día tras día fracasaba. Si iba a la forja me quemaba o malgastaba material; en los telares me enredaba los dedos y pies por lo cual terminaba rompiendo algún telar; en los campos accidentalmente no hacía más que pisar accidentalmente las cosechas, vamos que no hacía nada bien. Era un completo desastre.
Mis padres constantemente me decían que era un torpe y que debía de ser más cuidadoso o no serviría para salir del pueblo.  Después de probar todos los oficios comunes, mis padres intentaron que probase en los menos honrados para que al menos hiciera algo, pero tampoco. De ladrón, practicábamos con un muñeco de tamaño normal y en lugar de agujerear su bolsa despacio solía atravesar la bolsa bruscamente por lo que las monedas caían ruidosamente al suelo. Como asesino y guerrero, daba igual las armas que usara, tan solo conseguía provocar heridas superficiales carentes de importancia o agujerear la ropa en las zonas donde no tapaba a la carne por lo cual no causaba daño alguno.

Ni recolectando alimentos podía estar sin meter la pata, envenené levemente a cinco compañeros que por suerte tan solos sufrieron unas fiebres durante unos días.


Y os preguntareis, ¿Por qué no era capaz de hacer nada bien? Ni yo mismo lo sabía entonces, solo sabía que mientras me concentraba en hacer algo bien, todo el cuerpo comenzaba a dolerme, como si me hirviera la sangre, literalmente.